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Arquitectura Viva 183




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Arquitectura Viva 183 Material Abstraction
Abstracción material
In What Style Should We Build? This is the title of the controversial book published in 1828 by the young architect Heinrich Hübsch, arguing that technical progress and social change had rendered the neoclassical style obsolete, and sparking an intense debate in the Germanic world that was reflected in the magazines founded over the two following decades. Though back then historicist eclecticism would in the end prevail, the question has come up again from time to time, because choosing a style is not just a technical or artistic decision, but a moral one. Architectural language is of course conditioned by the material resources available, by the social uses given to buildings, and by their capacity to convey intelligible messages through form. But this framework does not necessarily lead to a uniform language, nor does stylistic pluralism become the inevitable consequence of the variety of interests and actors involved in architecture.
As with literary style, aesthetic choice involves an ethical stance, and a brief digression on our language can offer a good example. In Spain in the early 20th century – as José María Valverde observed and Ignacio Echeverría recalled –, authors used a Baroque prose, “useless for a free-flowing exchange of ideas,” that writers like Azorín, Pío Baroja or Antonio Machado strove to replace with a plain prose, departing from the spectacularity and lyricism of Ortega y Gasset or Gómez de la Serna. During the transition to democracy the same task would be pursued by others, like Gil de Biedma, who described well how his generation had had its fill of prose of poetic intention: “prose, aside from an art medium, is a utility good, a social tool for communication and for rational precision, and one cannot use it with impunity to play poetry… without rarefying the country’s culture even more and without damaging the intellectual and moral life of its enlightened classes.”
Replace the word ‘prose’ with ‘architecture’ in the previous quote, and the Spanish poet’s confident assertion still makes sense. As a utility good and a social tool of rationalizing precision, perhaps architecture calls, just like written language, for an effort to radically shed the superfluous, which we have mapped here through several European works that mark a geographic and spiritual territory whose barycenter is located in Germanic Switzerland. All these rough and austere architectures, heavy and material, naked and abstract, are indeed aesthetic statements, but also an expression of moral attitudes, because our times ask for a plain language mindful of the courtesy of clarity: one that shows its artistic refinement through the dry elegance of its making, and one that reaches its essential condition through its unadorned nature. If two centuries later we are again posing Heinrich Hübsch’s rhetorical question, perhaps the answer is not too far from here.
¿En qué estilo debemos construir? Con este título publicó en 1828 un polémico libro el joven arquitecto Heinrich Hübsch, argumentando que el progreso técnico y el cambio social habían hecho obsoleto el estilo neoclásico, y provocando así un vivo debate en el mundo germánico que se expresó en las revistas creadas durante las dos décadas siguientes. Por más que en aquella ocasión el eclecticismo historicista acabara imponiéndose, la pregunta ha seguido formulándose periódicamente, porque la elección de un lenguaje no es sólo una decisión técnica o artística, sino moral. El idioma arquitectónico está desde luego condicionado por los medios materiales disponibles, por los usos sociales que se atribuyen a los edificios, y por la capacidad de transmitir mensajes inteligibles con sus formas, pero ni este marco de referencia conduce necesariamente a un lenguaje único, ni el pluralismo estilístico es la inevitable consecuencia de la variedad de intereses y de actores que intervienen en la arquitectura.
Al igual que ocurre en la lengua literaria, la elección estética conlleva una posición ética, y un breve excurso por nuestro idioma puede ofrecer un ejemplo ilustrativo. En la España de comienzos del siglo xx se escribía —como observó José María Valverde y ha recordado Ignacio Echevarría— una prosa barroca, «inepta para el fluido intercambio de las ideas», que escritores como Azorín, Pío Baroja o Antonio Machado se empeñaron en sustituir con una prosa llana, huyendo de la espectacularidad y el lirismo de Ortega y Gasset o Gómez de la Serna, lo mismo que en la Transición harían gentes como Gil de Biedma, que expresó bien la fatiga de su generación con la prosa de intención poética: «la prosa, además de un medio de arte, es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y de precisión racionalizadora, y no se puede jugar con ella impunemente a la poesía… sin enrarecer aún más la cultura del país y sin que la vida intelectual y moral de sus clases ilustradas se deteriore.»
Sustitúyase ‘prosa’ por ‘arquitectura’ en la cita anterior, y el juicio taxativo del poeta sigue teniendo sentido. Como bien utilitario e instrumento social de precisión racionalizadora, quizá la arquitectura demanda, al igual que el lenguaje, un esfuerzo de desnudamiento radical y de eliminación de lo superfluo, que aquí hemos cartografiado con varias obras europeas que amojonan un territorio geográfico y espiritual cuyo baricentro se localiza en la Suiza germánica. Estas arquitecturas ásperas y austeras, grávidamente materiales y despojadamente abstractas, son manifiestos estéticos, pero también expresión de posiciones morales, porque los tiempos reclaman un lenguaje llano que practique la cortesía de la claridad, que muestre su depuración artística con la elegancia seca de sus fábricas, y que alcance su condición esencial a través de su naturaleza desornamentada. Si dos siglos después volvemos a repetirnos el interrogante de Hübsch, acaso en estos pagos se encuentre la respuesta.
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